Todavía hacía frío invernal. Esperé escapar con un ambiente cálido de aguas termales. He pensado en experimentar con un periodo espiritual en las termas. He pensado en relajarse, meditar. Lo que surgen eran pensamientos medio científicos, de modo actualizar un comprensión más profunda de la naturaleza.
Intenté entender los movimientos de la luna y las constelaciones. Es un ejercicio de relatividad. La luna y las constelaciones giran por la noche. Su orientación de salida es distinta con la del puesto. La luna estaba llena. Cuando sale en el este, allí en las termas, el cráter Tycho estaba a la derecha. Con su puesto, el cráter Tycho estaba arriba de la izquierda. Las constelaciones hacen lo mismo, como ya hemos observado casi todos con la cruz del sur. Visto en contexto con las constelaciones, no parece extraño que la luna cambie su orientación igual que con ellas.
Aún más misterioso es el cambio de orientación de las constelaciones y de la luna cuando viajo desde el hemisferio sur hacia el del norte. De algún modo, esto sale como un rompecabezas para mi. Cuando miro la luna creciente desde el hemisferio norte, la parte iluminada parece lo opuesto de lo que veo desde el hemisferio sur. Es igual con las constelaciones. Para mi, acostumbrado como soy a la vista desde el norte, la constelación de Orión, por ejemplo, parece estar parado sobre la cabeza.
Nos reímos (algunos de nosotros) de los que insisten en que el mundo es plano. A pesar de eso, pienso que el rompecabezas se debe a pensar en el mundo como si, de hecho, fuera plano. Cuando viajo por un esfero mi horizonte gira porque estoy viajando a lo largo de una superficie curva. Como gira el horizonte, así gira la orientación aparente del cielo. Ni las constelaciones ni la luna se mueven. Igual cuando gira el mundo, es la punta de la vista la que cambia.
En los árboles alrededor de la terma había un grupo de aves que para mi parece insólito. Un hombre en la terma dijo que han venido hace poco años. Le pregunté el nombre; no sabía. Decidí que todavía eran demasiados nuevos vecinos aviadores para tener que nombrar.
Sus pies tienen garras. Sus picos son largos y curvados. Su tamaño es medio grande, como un pato. Sus cabezas son amarillos, sus cuellos blancos, sus cuerpos negros, sus alas blanco y negro. Paran en lo alto de las palmas, o comen caminando por el suelo. Hablan entre sí con graznidos. De vez en cuando emiten un silbato largo y fuerte.
El internet no me ayuda. Había demasiadas aves en Uruguay de todos tipos. No podía explorar cada una de las aves. Colgué el tema. Mucho más tarde, estaba en la feria de libros frente a la intendencia de Montevideo. Es un acontecimiento anual. Dentro, por la caseta de la editorial Banda Oriental, encontré un volumen, “Aves del Uruguay” por Gabriel Rocha. Este era fácil de explorar, con lindas fotos.
Allí descubrí que el ave de Arapey es la Bandurria Amarilla, como es conocido en Uruguay la theristicus caudatus, un tipo de ibis. Según el libro, es común en el norte del país. Los ibis son categorizados como primos con los pelícanos.
Gracias por Banda Oriental y Gabriel Rocha. Robé la información sin comprar el libro. Un día lo compraré. La foto a la izquierda es de Wikimedia por Enrique González del Museo Nacional de Historia Natural de Uruguay. El otro, con la luna, es mía.
Las aguas de las termas vienen de la profundidad de la tierra, de la Corteza. Provienen de una profundidad mayor que la de un pozo. Allí siempre es cálido. En las piscinas la encontré tibia.
Una de las piscinas está bajo, al lado del río, un edificio con paredes de vidrio, como un invernadero y con plantas cultivadas dentro, al lado de la piscina. Esa fue mi favorita. Pasé por allí cada tarde. Su única falta (la de todas las piscinas) es que no está permitido bañar desnudo.
En el hotel, hice un té con la cucumela que encontré en Rocha. “Set and setting,” Actitud y entorno es la regla. Me hice cómodo en la cama para esperar lo que viene. Tenía en mente solo explorar la ansiedad lisa que llevo conmigo. A ver lo que hay, si hay algo.
Después de una hora y media nada ha pasado. Estaba cómodo en la cama, relajado. Decidí que la dosis era muy ligera, con poco efecto o un efecto muy sutil. Escribí en mi diario, “¿Por qué ser felíz? Por el mero hecho de estar vivo.” Fui a la terma dentro del invernadero.
Allí el sol brilla por el vidrio sobre la superficie del agua. El agua térmica de la piscina, con profundidad de un metro y medio, era cristalina. Me encontré fascinantes las sombras y penumbras, los colores prismáticos de luz solar proyectada sobre el fondo a través de la superficie del agua.
Empecé a pensar en nuestro ambiente. Lo que pensé era que no vivimos sobre el planeta entero. No podemos vivir bajo el agua ni muy profundamente bajo la tierra. No podemos vivir a una altitud mucho mayor de cinco mil metros. Vivimos dentro de una capa muy fina sobre la superficie del planeta. Todo lo que conocemos– las plantas, los animales, las fungi –existe dentro una capa con calado de aproximadamente seis kilómetros.
El radio terrestre es de 6378 kilómetros. El grosor de seis kilómetros es menos de una parte de mil del radio del planeta. Si la tierra era una manzana, no vivimos en el espesor del casco de la manzana. Vivimos en el espesor de la cera que se aplica a la manzana. Pensé en lo fino y frágil que es el ambiente que apoya la vida nuestra. Es delicado, precario. Es todo lo que tenemos en el universo entero para alejarnos– muy poco, la capa fina sobre la tierra.
No pensé de modo crítico, espantoso o desastroso, como sí por la cambia climática. Pensé con comprensión en la maravilla, esta capa fina que aporta tanta vida. Quizá eso era lo que tenía la cucumela para mostrarme. De verdad, no está muy lejos de mis pensamientos habituales. Carece de ansiedad. De eso soy cierto. Era espiritual.