Pasé por Uruguay en septiembre y octubre. Viajé en avión. Conecté con amigos y hice algunos mandados. Experimenté lo que ofrece la cultura y los paisajes.
En Rocha me quedé en una charca al lado de la ruta diez, cerca con Oceanía del Polonio. Allí pude explorar las praderas y mezclarse con las vacas, las ovejas y los caballos. Imaginé que ellos me encuentran extraño. Me miran curiosamente a veces. Por lo mayor me ignoran, comiendo el pasto. De verdad preferí que lo hacen así. No quería ser objeto de su atención. Les deje. Me dejan.
Estaba frío y con días de lloviznas y viento. La casa donde me quedé no tenía calefacción. Hice un fuego en la chimenea y dormí al lado. Era como los gauchos pero con techo y un sofá. Incluso que no había agua caliente. Solo uno de los quemadores de la estufa había funcionando. Un día este también no funciona. Calenté el agua para mi café instantáneo sobre el fuego. De verdad pretende ser gaucho.
La anfitriona era genial. Vive en una casa atrás en el terreno. Me permite ayudar a cortar leña. Ella era genia con la motosierra. Dijo que, durante el verano, hace eventos de música y danza en su pradera al lado del estanque. “Servimos cocoa caliente,” dijo. “Sale con una onda mejor que si toman alcohol.” Ella es parte de un círculo de brujas que se reúnen allí. Me introdujo a sus caballos. Compartí unos libros sobre temas del local rochense y del patrimonio del campo.
En uno de los libros, aprendí que los Guaraníes construyeron cerritos en esos partes, incluso un cerrito largo alrededor de la laguna, ahora con nombre Laguna de Castillos. Plantan los árboles ombú por encima del cerrito de modo que hay un anillo de ombú alrededor de la laguna. Desde lo alto de la chacra pude ver la laguna y el anillo. Impresionante.
La práctica de construir cerritos tenían en común con los constructores prehistóricos de montículos en América del norte. Otra práctica tenían en común con los siux y otras tribus norteamericanos. Es tomar el cuero cabelludo de sus adversarios vencidos.
En el mismo libro hay una leyenda sobre el asterismo que nombramos el cruz del sur. Dice que un ñandú puso su huella en el cielo como señal para la Charrúa, quien lo persiguen, que un día ellos también habría sido perseguidos. No se si la historia es cierto, pero es cierto que pasan perseguidos la Charrúa. Dice que la huella del ñandú es una señal para ellos que han dejado sus hogares para convertirse en peregrinos. De verdad los navegantes del sur lo usan para orientarse.
La anfitriona también me dió un libro escrito por Gonzalo Abella. Leyendo la historia al final del libro, tomé la impresión que sí, eran guerreros los guaraní y charrúa. Participan asiduamente por un lado o otro en las escaramuzas entre los europeos coloniales. No eran buenos esclavos. Cuando la coyuntura salía más apacible, los coloniales no encuentran útiles ni soportan bien a los guerreros indigenos. Sacan los pueblos y los matan a lo último. Habría sido un genocido con excepción de que los europeos ya habían mezclado el fondo genético charrúa con su propio en la población colonial.
El libro de Abella también tiene una leyenda Charrúa sobre un asterismo del cielo nocturno. El guerrero Huntí está enamorado de la princesa Ukái de un pueblo vecino. Ella le dio el desafío de cazar el arcoíris para ganar su amor. Él corre con velocidad máxima hacía un arcoíris solo a ver que se aleja tan rápidamente de que corre. Sueña la verdad esta noche, que pueda alcanzar jamás al arcoíris corriendo.
En vez de perseguir el arcoíris corriendo, lanza su boleadora de tres bolas desde lo alto de un cerro hacía un arcoíris bien brillante. La boleadora se aleja y se fija en el cielo como las tres estrellas Lai Detí, conocidos a nosotros como las tres Marías, el cinturón de Orión.
El boleadora esta congelado allí en el cielo, igual con Huntí, igual con Ukái, igual con todo el pueblo de Ukái. “Nos va la vida en ello. Todos necesitamos que las Tres Marias se enlacen enamorados en el arcoíris.”
Mi pretexto para estar en Rocha caminando por el campo era buscar hongos, de lo cual la cucumela principalmente me interesa. Llevé un libro bien ilustrado, de Alejandro Sequeira, sobre los hongos encontrados en Uruguay.
De verdad me divierte mirar e identificar los hongos y disfrutar su diversidad. Cómo las flores pequeñitas, los ásteres, frecuentemente no me doy cuenta de los hongos si camino por las praderas. (En el bosque, sí, les doy la noticia.) Pase horas por la pradera mirando las plantas. Hay una buena diversidad que no parece a primera vista. Paseando la pradera al lado con el ganado, la dejé entrar a mi ser. Ahora el asado, la costilla del bife, tiene un gusto aún más rico.
Encontré que la cucumela era escasa. Dicen que su época es más por el otoño. Llevé dos, secados al lado del fuego. Hice una imprima de esporos para averiguar su color purple profundo. Ese color y las manchas azules sobre el pie eran inconfundibles.
En el momento encontré unas champiñones con sus láminas rosadas. Eran buenísimas esta noche en la salsa para la pasta de la cena. Hice otra imprima de esporas con el champiñón para averiguar que sean negras. Dejé ambos de los imprimimientos de esporas para la anfitriona, que pueda hacer lo que quería, si quería desplegarlos por algún rincón de su terreno.
El último día, todavía no he ido al fondo de la playa, al borde del mar, para tocar el agua. Este día no estaba borroso ni ventoso ni con llovizno ni soleado. Sí, todavía estaba frío. De ninguna manera fui a meterme por el agua congelada.
Hacia el norte pude ver el faro de Cabo Polonio. Allí hay rocas peligrosas por el punto de tierra. En la época antes de GPS había un montón de naufragios allí. Por eso instalaron el faro. Incluso con el faro había naufragios. Espero que los faros sigan operando a pesar de que tenemos los satélites. Son lindos. Es un confort de noche ver sus destellos, no demasiado cerca, navegando por el mar en la oscuridad.