Escribo desde el Club Nautilus con vista al mar. Estamos con viento de veinte nudos desde el sudeste. El mar está cubierto con ovejas. Ovejas por todos lados, como la pradera en Rocha. El cielo está con una manta nublada. Hay humedad. Soplan unas gotas de agua pesadas.
Pasé por Uruguay para hacer algunos mandatos aburridos. Trámites, estudios, procedimientos, finanzas, reuniones secretas, espionaje. Camino por la ciudad mirando lo que puedo ver.
Me quedo con mi familia adoptada en Palermo. A veces pienso que me soportan como Tío Lucas de Los locos Addams. No es así de verdad. O quizá es así. Intento brindar de vez en cuando algo divertido, de aporte, o de ayuda. Agradezco mucho a ellos por alojarme.
Conecté con amigos. Experimenté lo que ofrece la cultura y los paisajes.
Una característica estelar de Montevideo son sus árboles. El tipo Plátano que crece por las veredas de Palermo y Cordón es típico. No puedo pensar en otra ciudad tan arbolita. Frecuentemente las veredas son quebradas por los raíces. Esto no me molesta. Es parte del encanto. Me gustaría inventar un tratamiento para las veredas que es duro, flexible, permeable para el agua, liso para lavar y barrer y no resbaladiza cuando viene la lluvia. De verdad, los azulejos típicos de Montevideo sirven bien.
Fuí al cine una docena de veces. En Montevideo no estoy limitado a las producciones de Hollywood. A mi me gustan algunos, sí; me alegra que haya otras opciones. Vi los retratos de la cineasta portuguesa Catarina Mourão, en un ciclo de Cinemateca. De esos, quería “À Flor da Pele” sobre niños preadolescentes, no muy adinerados, viviendo en el mismo edificio de apartamentos, esperando algún logro para la selección portuguesa en el mundial de fútbol de 2006.
Había también un festival de obras cinematográficas hecho por cineastas nuevas uruguayas. Había un corte sobre un biólogo estudiando escarabajos que me gusta mucho. Es una historia sobre un amorío breve entre la cineasta y el biólogo. Solo miré la colección de escarabajos y, a veces, el biólogo trabajando. El voz en off dijo la historia y solo implica el amorío. Fue genial.
Fui también al teatro un puñado de veces. Las obras eran creativas y me alegra ver su expresión creativa. Anoto especialmente, “Quiéreme siempre” por Alejandro Maciel. Interlaza monólogos de tres mujeres sobre los roles que han encontrado más o menos forzados en un mundo regulado por hombres. La realización de Graciela Rodriguez sobre una mujer encerrada en su apartamento por su ex marido era buenísima, original y profesional, graciosa y triste a la vez.
Podía mirar los primeros cuatro partidos de la selección uruguaya por los eliminatorios sudamericanos rumbo al mundial de fútbol 2026. Uruguay vence a Chile, empata con Columbia, y vence a Brasil. Al verles ganar contra Brasil fue especialmente gratificante. Casi me olvidé que perdió con Ecuador.
Sigo leyendo La Novela Luminosa por Mario Levrero. Encuentro la novela fascinante a pesar de que mi lectura es muy lenta. A veces parece una serie de ensayos sobre temas diversos. A veces parece una vista intima a los desafíos del arte y de ser creativo. A veces parece una telenovela. Pienso que he identificado el edificio en Ciudad Viejo donde él escribió el parte de la beca. No hay placa ninguna. Una pena.
Si éstas entradas salían más íntimos, es porque tomó coraje, audacia de Levrero. Eso no quiere decir que yo consiga nada parecido a lo que él consigue. Es decir que la lectura de su libro es un estímulo para escribir.
A veces pienso que mi función es ser conducto de unos miles de dólares desde los Estados Unidos hacía la economía Uruguaya. Eso no me importa. Me siento buenisimo.
Cuando llegaré al final de mis viajes marítimos espero involucrarse de modo más uruguayo, más creativo en la vida de la ciudad; no solo como consumidor o espectador. Quizá me involucro en el teatro, hago un curso en cinema, participo en un grupo de lectores, abro un café. No sé. Hasta entonces hay solo estos escritos.