¿Quién hubiera sabido que puedo fabricar mis propios remos? Yo no. No tenía ni idea. Era una posibilidad. Una posibilidad distante. Una posibilidad que me parecía una ilusión.
Buscando remos para la lanchita, remos adecuados, remos que me permiten remar sin quebrarlos, encontré todos tipos de remos– remos para paddle surf, remos para kayak, remos para la canoa, remos como palillos. No encontré remos ninguno para remar una lanchita, remos largos, duros, pesados, que pasan por las horquillas, que funcionan como un par.
Quebré los originales. Los destruye. Sirven bien hasta que la madera no pueda más sufrir el estrés. Un día en Puerto Ángel cuando las quebradas de la playa me hunden, después de vaciar la lanchita y ponerla lista de nuevo, remando con esfuerzo, rápido, para ponerme fuera de las quebradas antes que llega la próxima, me sale con un manejo suelto en mi mano izquierda, con el palo flotando en el mar.
Bueno. Pasé por la tienda de materiales en Colón. Eran amables. Me venden una longitud de madera dos por dos y no me roban. Tenía suerte. No solo tenían piña suave, con grano suelto, que solo se habría astillado como los otros. Tenían algún tipo de madera dura, con grano firme. Parece que viene de algún ático donde he esperado años. Estaba cubierto con polvo, sucio, perfecto.
No sé cómo sabía cortar palos e unirlos con el manejo. Quizá es algún tipo de conocimiento antiguo, recordado profundamente en el cerebro primitivo. Lo hice. Cepillé los bordes del manejo y el cuello donde el manejo se une con el palo. Los lije. Sí. De nuevo lijando. Los pinté y en el siguiente paso tengo remos.
Son bien adecuados. Puedo esperar.