Te levantas antes del crepúsculo. Te unes con una tripulación de cuatro, mínimo. Bebes café, tiras las líneas, y navegas afuera la marina, cuidadosamente. Un tripu de proa ilumina la vía con una linterna.
Afuera, en Bahía Limón, un agente del Canal de Panamá aborda tu velero. Está muy serio y de mal humor. No importa. Es tu guía, el consejero. Vas a cruzar por su canal desde el Caribe al océano Pacifico.
Con el crepúsculo, cruzas bajo el Puente Atlántico. Sigues hacia las esclusas de Gatún. Un crucero te alcanza. Los veleros compañeros para la excursión al Lago Gatún ya están en frente.
Te unes con dos otros veleros, atracando para formar una balsa de tres. El consejero ladra órdenes. No explica nada. Vos te das cuenta que, para entender la situación plena y los objetivos sería necesario hacerle preguntas. Ellos tienen una responsabilidad grande, para la seguridad suya y la seguridad del canal. Lo toman con disciplina militar.
El buque que compartirá las esclusas ya está en su lugar. Las esclusas no sirven a uno o tres veleros. Los acomodan con los espacios inútiles frente o atrás de un buque corto. En realidad los veleros recreativos son una molestia para ellos. Sos un mosquito. Lo que ellos operan es una vía para el comercio del mundo, los marineros profesionales. Aguantan apenas tu actividad recreativa, tu afán de experimentar esta vía acuática única entre dos mares.
Navegando como una balsa de tres, entran en la primera esclusa. Obreros sobre los muros por ambos lados tiran bolas con cuerdas atracadas. El tripu de los veleros a ambos lados atraca sus líneas. Los obreros los retiran y los atracan sobre norays grandes. El tripu tira las líneas para asegurar la balsa en el centro de la esclusa.
Las puertas grandes de la esclusa cierren atrás. Pronto, el agua alrededor empieza hervir. Grandes corrientes circulan fuertemente alrededor de la balsa, intentando girarla. El nivel del agua empieza crecer. El tripu tira las líneas para asegurar la balsa. Los altos de los muros se aproximan.
Llegando a lo alto, de arriba puedes ver el crucero esperando su turno en las esclusas. Te das cuenta que tienes una audiencia. Los pasajeros del crucero se congregan por los balcones al frente para mirar el espectáculo. Agitas to brazo para saludarlos. Alguien allí te ve y devuelve el saludo.
No has terminado. El buque al frente se va a mover a la próxima esclusa. Se mueve con su propio poder. Sus hélices crean una nueva vorágine. Los corrientes tiran de nuevo sobre tu balsa. Solo puedes mirar, aguardando. Si una línea se suelta, va a haber emoción.
Cuando el agua en la esclusa se calma lo suficiente, los obreros de al lado sueltan las líneas. Dejan las cuerdas con las bolas atracadas. Te siguen mientras navegas adelante a la próxima esclusa. Allí, tiran tus líneas y los atracan con norays. Vas a repetir este procedimiento dos veces, para subir las tres esclusas.
Arriba de los muros de las esclusas hay carriles para las mulas, carritos que siguen los buques, atracados por cables, que se quedan centrados entre los muros. Están construidos de forma del tren de cremallera, para poder subir las transiciones empinadas entre las esclusas.
Los obreros que manejan tus líneas desde los muros, y te siguien con las cuerdas, precisan subir los escalones saltando las cuerdas para que no cuelgan. Te das una mañana energética para ellos.
También arriba los muros notas un edificio desde donde se visualiza todo. Allí controlan las puertas y las válvulas para subir y bajar los buques.
Al final, después de pasar las tres esclusas, los tripulantes son expertos. Pero no sirve de nada porque ya estás arriba, al nivel del lago Gatún. Los obreros en los muros sueltan tus líneas sin sus cuerdas. Afuera de la última esclusa, los otros veleros también se sueltan. Dejando la balsa, sos libre, independiente de nuevo.
El lago Gatún es un mundo aparte. Te parece un lago en el cielo. Estás casi treinta metros arriba del nivel del mar. Las puertas de las esclusas y una presa llevan el agua dulce del Río Chagres a este nivel.
Los grandes buques oceanográficos parecen fuera de su sitio, moviéndose más como naves espaciales, animales enormes caminando con puntas de pie por la vía restringida.
Es insólito verles tan cerca de la costa, sin puerto destino, flotando en el cielo. Las nubes se sienten más bajas, moviéndose como sombras invertidas de los buques.
Los buques pasan cerca, y no te sientes amenazado. El consejero te deja en el lado extremo del canal, abarcando con los boyes.
A veces hay equipamiento del canal abandonado por las orillas u obras de mantenimiento. Más comúnmente las orillas son bordes rocosos de un bosque que nadie ha pisado por décadas.
Pasas el sitio estadounidense de indagados naturales Smithsonian. Solo llegas en lancha. Hay edificios construidos, algunas antenas. Parece más campamento que instituto, como debe ser. Su propósito es acceder a la selva prístina.
Con la mitad del viaje hecho, dejas el lago Gatún atrás para entrar la parte estrecha del canal. En vez de tierra hundida con el inundación del lago, empiezas a atravesar una serie de tramos cortados a costo de grandes sacrificios, a comienzos del siglo veinte.
Si no quedaste apretado en el extremo del canal, ahora sí, lo estás. Los buques pasan por ambas direcciones bien cerca.
Hay vistas hermosas. Por los cerros de ambos lados paran los paneles utilizados por los buques para quedar alineados visualmente con la ruta dentro del canal.
A pesar del tamaño de los buques, el diseño de sus cascos produce una estela mínima. Las estelas grandes vienen de los buques obreros, como los remolcadores y lanchas de transporte.
El punto culminante del viaje por los tramos es el pasaje por la divisoria continental, el tramo Culebra y el tramo Cucaracha. He escrito anteriormente sobre el Corte Culebra. Es un gran logro de ingeniería hecho con equipamiento del siglo pasado.
Arriba, el corte ahora está coronado con el espectáculo del puente Centenario.
Pasando por una curva, ves la primera de las esclusas que se van bajando hacia el océano Pacífico. Es la esclusa Pedro Miguel.
Ésta vez atracan con un transbordador turístico. Es una excursión del día, una aventura ofrecida para unos pasajeros del crucero. Te han alcanzado y entrado a la esclusa de frente. El consejero quiere que atraques a su lado.
Está bien con excepción de que no tiene lado. Su casco es de forma de una plataforma. El borde de la plataforma está casi encima del francobordo de tu velero. Además, su tripu no tiene muchas ganas de ayudar, especialmente con el consejero gritándole.
Es más que poco precario atracar con el transbordador. Tu tripu suelta para subir las defensas al nivel de la plataforma cual el tripu del transbordador atraca las líneas que arrastraran el velero y lo atraen hacia su lado.
Desde los balcones del transbordador han congregado a una multitud para ser parte del escenario. Todavía no has atracado seguramente cuando empiezan a gritar sus preguntas. ¿De dónde son ustedes? ¿Cuánto tiempo han pasado en el mar? ¿A dónde van?
Mientras una parte de tu tripu se enfrenta a la multitud, otra parte ha ido a asistir al velero atracando a suyo. Estás en el medio, entre la plataforma del transbordador y otro velero. Atrás viene el buque. Siempre hay un buque. Es una suerte que esté atrás. Esta balsa precaria no tendrá que sufrir la turbulencia de las hélices de un buque adelante.
Tu tripu navega frente al gran buque con confianza. El es una estrella valiente (Brave Star) de verdad. Navegas por el lago Miraflores a las esclusas Miraflores. Las esclusas Miraflores dan los últimos dos escalones para bajar al nivel actual del océano Pacífico.
En el vídeo verás una balsa de tres veleros entrando a las esclusas Miraflores y bajando. Nota:
La parte más terrible es cuando las lanchas del canal se aproximan para bajar o subir al consejero. Sus barriles son por encima de suyos y también del tipo plataforma. Las defensas no sirven para mucho. La lancha puede destruir los guardamancebos, y aplastar tu tripu, antes de encontrar las defensas por tu casco.
El consejero se pone en peligro también, cruzando el espacio entre los dos botes. Te calmas pensando que el conductor de la lancha lo hace múltiples veces por día.
Ya sin el consejero, puedes navegar de nuevo como tu propio jefe. Tomas un amarre del Club de Yates Balboa. Tranquilamente, ves la puesta de sol atrás del puente de Las Américas. Fue un día largo. Por suerte, cruzaste de un lado al otro de un continente. Puedes agradecer a las miles de manos, seres humanos y hermanos, vivos y muertos, que construyeron, mantienen y manejan este vía entre dos mares.