En Brisa, como en casa, uso propano para cocinar. En la provincia de Bocas de Toro, así como de Isla Colón, las entregas de propano han parado. Con mi suministro de propano flanqueando, decidí ponerme en marcha, regresar al este, a Bahía Limón, al puerto deportivo Shelter Bay, donde he hecho refugio durante tanto tiempo.
Brisa tiene dos tanques para propano. Son un tercio del tamaño de los tanques que se entregan normalmente en Montevideo, unos cinco kilos. En Shelter Bay, sí, pueden recargar el tanque vacío. Sólo tarderá una semana. Sigo usando el otro. El suministro en los tanques suele durar seis u ocho semanas. Con un depósito lleno como reserva, puedo hacerme al mar con seguridad durante un par de semanas, navegar hasta Cozumel.
Esta navegación desde Bocas a Bahía Limón se realizó en cuatro etapas a lo largo de cuatro días.
La primera, navegué a vela con viento ligero a popa. De noche fondeé en Canal Crawl, al sur de Cayo Auree, al abrigo de la isla del viento del norte. Justo después del fondeo, una borrasca intensa vino del este. Los vientos intensos arrancan el ancla. No pasa nada. No había nada de peligro al oeste y, después de un minuto, unas decenas de metros, el ancla arrancó. La borrasca duró tan poco que el mar no creció tanto. Después, el viento vino del sur. Me sopla ligeramente hacia la isla. De mañana sopla desde el oeste. Es decir que el viento vino de todos lados.
En cualquier caso, después de la borrasca, el viento era flojo. Al día siguiente navegué entre arrecifes cercanos y peligrosos, pasé los Cayos Zapatilla y me adentré en mar abierto.
Una segunda borrasca vino desde el este, justo en la proa. La primera vista era de una salchicha negra aproximando. Me preparé. Puse el impermeable. Cerré las escotillas. Todavía no tenía un piloto automático para el timón. Estoy navegando con las bandas elásticas para equilibrar las fuerzas sobre el timón. Por eso, pasé la borrasca fuera en la bañera.
A la empieza, el viento ligero de popa disminuye a nada. Calma. La salchicha se aproxima. De repente empezó un viento bravo de popa. El mar delante tomó la apariencia de negrura. La salchicha me alcanzó y el viento vino con fuerza. Despues, gotas pesadas punzantes comenzaron a golpearme de modo que no pueda levantar mi cara desde la mirada del compás, para ver las vetas de espuma que surcan la superficie de las olas. Poco a poco, durante unos quince minutos, la lluvia y el viento amainaron.
Con la puesta del sol decidí cortar el motor. He visto detritus de arbustos y árboles en el agua. Están a tres docenas de millas naúticas fuera de la costa. Vi un tronco doble el tamaño de una canoa y lo franqueó. Vi otro tronco igual, más tarde, un poco más lejos. No quería chocar con seis nudos un tronco con tamaño suficiente para rasgar el casco, el casco que había lijado con tanto cuidado y durante tanto tiempo.
Para capturar el viento suave de popa y calmar el movimiento del velero, decidí subir el foque. Esa sirve por una hora, hasta que la noche descendió en la negrura total y el viento amainó a nada. El foque empezó flamear con el vaivén del barco. Aseguré la vela y su driza sin luna ni estrella ni pizca de luz, con una linterna atado a mi frente.
Con el vaivén del barco, dentro, como un guisante en vaina larga y hueca, pasó la noche inquieta, al fin, por unas horas, inconsciente. Me desperté con la primera luz tibia de la madrugada.
Ese era el tercer día. Había viento para navegar a popa. Lo hice. Solo alcancé a tres o cuatro nudos. Estaba demasiado tímido o perezoso o ambos para armar la genoa. Navegué con el drifter, la vela del cien por ciento del tamaño del triángulo entre el mástil y la proa.
De tarde el viento avanza hacia llegó atrás de mi rumbo, o incluso un poco delante. Subí el mayor para disfrutar unas horas de navegación a través, con cinco a seis nudos, el estado más felíz de las velas.
La driza del foque se ha enredado en los escalones atracados al lado del mástil de la noche previa. Por la mañana, había tenido que trepar al mástil para desenredarlo. Para no repetir, bajé las velas y las aseguré antes de la puesta del sol. Pasé una segunda noche a la deriva, con el mar más quieto. Solo de vez en cuando vinieron un par de olas suficientemente grandes para agitar el barco.
Y ¡qué noche! Una noche desplegada, llena de estrellas y la Via Láctea. Podía ver la superficie del mar luciente por las estrellas. Sin luna. Sin nada. Un campamento mío en medio de un amplio desierto acuoso.
La ultima día podía navegar a vela, pero decidí no hacer el tonto. Pongo la mano del timón en marcha con el motor. Navegué entre los barcos grandes esperando en el fondeo caribeño para el canal de Panamá. Llegué a la marina. Se aferró al muelle para descansar.
En la marina, hago unas cuantas mejoras y mandatos:
Con el alternador funcionando, puedo dar poder al piloto automático cuando se conduce a motor, sin temer usar la energía necesaria para el GPS, cartas electrónicas, AIS y luces de navegación.
Pronto estará listo para navegar los mil quinientas millas náuticas a Cozumel.