En Boston principalmente visité a mis hijes. Fue dulce. Ya me siento muy nostálgico. Con ellos:
Fue difícil encontrar un lugar para quedarme con Brisa. Las marinas son imposiblemente caras o exclusivas. Los fondeaderos sin amarras no tienen lugar para aterrizar. La mayoría de los fondeaderos están llenos de amarras privadas sin información ninguna cómo alquilarlos, a pesar de estar desocupados.
Encontré, con muchas llamadas por teléfono, algunos clubes de navegación cuyas amarras alquilan solo por corto plazo, unos días. Lo agradecí. Visité a los clubes de Savin Hill (con la llegada) y de Hingham (con la despedida). Entre los dos, al lado del aeropuerto Logan encontré el pueblo de Winthrop, que otorga una amarra con alquiler por un mes.
De mi misma visité la biblioteca de John F. Kennedy. Eso vale mucho. Demuestra un periodo corto de política liberal, amistoso e inclusivo. También destaca la empieza de la guerra fría, que sale con actividades vergonzosas de los agencias clandestinas y las políticas hacia los países vecinos de los Estados Unidos en el Caribe, América central y América del Sur. No es decir de la burla hicimos en Vietnam. Yo fui niño durante ese periodo.
Como niño mi conciencia del mundo fuera fue concentrada en el proyecto Apollo para llegar a la luna y explorar su superficie. El presidente Kennedy lo inspiró.
Siempre cuando visito a Boston, visito al Granary Burying Ground. Es una tradición personal. Allí están enterrados los restos de algunos padres de la nación. Mi favorito entre ellos es Benjamin Franklin. (Mirando al artículo de Wikipedia veo que Benjamin está enterrado en Filadelfia. Es su familia, incluso sus padres enterrados acá. ¡Tanto tiempo equivocado!)
Mi país ahora es muy regulado. Hay reglas para tantas cosas. Hay reglas del país, de los estados, de los distritos, los pueblos y las empresas. Intentamos regular toda la vida desde que somos un feto hasta que morimos. Regulamos para inspirar, influenciar el comportamiento y imponer nuestros ideas morales. Es como encuentro mi país.
Si solo pensamos en el impacto sobre libertad antes de hacer cualquier regla. Pero no. Pensamos en cómo regular con la tiranía de la mayoría (y a veces una minoría adinerada). Primero viene la ley, después la libertad. Es la herencia de los puritanos.
El día diez de septiembre fui con mi amigo viejo, Scott al famoso estadio de béisbol, Fenway Park. Mi amigo tiene sesenta y cinco años. Se va a jubilar en unos meses. No parece anciano y claramente no es joven.
En el estadio, él quería tomar una cerveza. Dijo, “¿Qué te parece que tomamos una cerveza acá en el parque Fenway?” Bueno, dije yo, vamos.
En el pasillo bajo los asientos de la tribuna encontramos un puesto que vende latas de cerveza por doce dólares. Tienen una buena selección entre una docena de variedades. Nos ponemos en la cola.
Scott pidió una cerveza Narragansett. El vendedor empleado lo saca y lo abre, porque la ley es que el consumo sea en el sitio; no es para llevar o consumir más tarde. Después de abrir la lata, el vendedor pide identificación, para comprobar que Scott tiene más de veintiún años de edad.
Ya he dicho. Scott no es joven. Viene la pena que Scott no haya llevado identificación ninguna. Yo tampoco lo he llevado. El vendedor tiró la lata en la basura y pidió con rencor que nos hacemos escasos. Mi incredulidad fue total. “Mírale,” dije. Como respuesta dijo, “¿Quieren que me despidan?”
Si puedo generalizar, y lo voy hacer, la gente de Boston, de Massachusetts, es amarga e irritable. Nunca había oído, hasta que se aproximaba a Massachusetts, tantas palabrotas por el canal 16 del VHF. Son como Jesucristo sobre la cruz, excepto que, en vez de perdonar sus compatriotas, hacen llover maldiciones.
En Starbucks, hacen sus pedidos con la aplicación móvil. Corren dentro la tienda para llevar la bebida cafeinada y dulce, generalmente con hielo. No paren para disfrutarlo. Siguen corriendo.