La hora llega para salir de México. Estoy en el estado de Chiapas, en Marina Chiapas, cercano al pueblo de Puerto Madero. La marina ofrece un servicio para las llegadas y las partidas. Es parte de su programa.
Somos cuatro patrones. Tres de nosotros somos de veleros recreativos. El cuarto es un profesional, capitán de entrega, con un yate de motor de 80 pies de eslora. Nos reunimos a las ocho de la mañana afuera de la oficina de la marina. Rolf, el gerente de la oficina, nos encuentra para empezar el proceso. Lo que pide para nuestra salida es:
Solo uno de nosotros tiene nuestro recibo del pago para la visa. Dice él, “me quedo todo”. Yo presento el recuerdo de mi cuenta BROU sobre la transacción. Eso aceptan. Todos nosotros nos quejamos sobre ese tema. Tenemos la visa. Es evidencia suficiente que hemos pagado.
Para operar mi velero registrado en los Estados Unidos, para la usa recreativa, no necesito tener ningún tipo de licencia. De cualquier modo, insisten. No importa que estoy saliendo del país. No importa que he navegado hace un año alrededor de las aguas costeras y los puertos de México. No importa que nadie lo pidiera cuando empecé navegar. Les di mi brevet B uruguayo. Se encuentran satisfechos. ¡Qué suerte que lo tengo! Siento agradecimiento por Nautilus Yacht Club y la prefectura uruguaya. Siento un poco de orgullo.
En la marina toman copias de todos, incluso el pasaporte. El gerente de la marina, se llama Memo, nos lleva a las oficinas que precisamos visitar antes de que nos libren con nuestros veleros.
La primera es la oficina de la aduana. Está en el puerto al fondo de una gran plataforma de carga. Hay una chica trabajando delante de un cubículo. A frente ella hay otro cubículo cubierta con papeles apilados, en fardos y en cajas. Memo pasa adentro de una oficina. Se siente allí y charla un rato con el hombre adentro. El revisa algunos de nuestros documentos que trae Memo y se pone sellos. Muy pronto estábamos a la carrera.
Después de un viaje corto en el camión de Memo, a otra parte del puerto visitamos a una ventana con un cajero. Tiene una hoja de papel de arriba, encerrada en plástico, con la etiqueta “Tesorería”. Pagamos algo para algo. Memo nos dice que es la tarifa del puerto.
Después de otro viaje corto en el camión, a una tercera parte del puerto, encontramos a la migración. Allí hacen fotocopias de nuevo de nuestros pasaportes. Agarran nuestros visas. Dan sellos. Nos vemos.
El último lugar que visitamos es la oficina de la capitanía del puerto. Hay otro impuesto. Aquí esperamos lo más. Hacen algo con la computadora para cada uno de nosotros.
Al fin siento que voy a morir de hambre y sed. Espero que me den tiempo a almorzar antes de zarpar. En la marina de nuevo, pago mis gastos y me dan el zarpe. Está llena de sellos. Me alegra la colección de sellos. Un agente de la capitanía llega con unos soldados para examinar el velero antes de mi salida. Lo hace con una forma de inspección. Lo firmo y estoy libre. Más que libre. Es obligatorio que me vaya inmediatamente.
Listo o no, después de una mañana en las manos de los burócratas, de cualquier modo puedo, debo salir. La marina está tranquila. El agua está lisa. Navego las canales estrechas y llanas hacia la embocadura del puerto. Afuera de los rompeolas hay olas de un metro con periodo corto. Hay viento de doce nudos. Me siento mal preparado. Mis velas todavía están guardadas en sus cubiertas. Las escotas no están aparejadas. Al fin organicé todo, viendo con motor. Al fin levanté las velas. Al fin navegué libre de nuevo por el mar. Al fin me fugué de México.