Para mí, visitar el Centro Espacial Kennedy fue un tipo de peregrinación. Cuando era joven, mi aspiración apasionada fue ser astronauta. Dejé esta aspiración cuando era adolescente. A veces me arrepiento de que lo dejé. Sí, me convertí en piloto de aviones de reacción y acrobáticos. Sí, he navegado ahora por alta mar. Sería magnífico navegar en el espacio.
El lugar está todo pavimentado con hormigón liso. Todo está limpio. No hay ni un pedazo de papel por cualquier lado. La música de las películas épicas suena por todas partes: orquestal, arrolladora y con la sensación de estar siempre en ascenso, siempre avanzando. Hay muchas trompas, flautas, oboes– instrumentos de viento y metal. Los violines a veces los arrastran como una brisa que mueve grandes barcos.
Tiene ejemplos, a veces modelos de cohetes, motores, equipamiento y ropa. Muestra todas las superficies. Cuenta las historias.
Yo fui directamente a la exposición de Apollo– la programa de los sesentas en que Estados Unidos aterriza hombres sobre la luna. Está en un lugar aparte. El acceso es por un ómnibus que pasa muy cerca del edificio de montaje de los cohetes. El recorrido grabado y el conductor cuentan sobre su tamaño y el tiempo necesario para abrir las puertas.
Dentro tienen un ejemplo del cohete Saturn V acostado de lado. Estoy arrastrado por los motores, fascinado. Rastreo todas las tuberías y conductos con la mirada, intentando averiguar ¿qué conecta con qué y cuál es su función? Encuentro con mi celular una descripción del motor de cohete F-1 Rocketdyne en Wikipedia.
Utilizan bombas accionadas por turbinas para introducir grandes volúmenes de queroseno para cohetes y oxígeno líquido en la cámara de combustión, donde se inflaman espontáneamente. Las partes del cohete por encima de los motores, en cada etapa, hasta llegar a la cima, son en su mayoría tanques.
Deambulé por ahí, mirando las exposiciones. Presté atención a las historias de los astronautas, describiendo sus experiencias. Fueron todos militares, de la fuerza aérea o aeronaval. Eran pilotos de aviones de combate y pilotos de pruebas. Todos tenían titulaciones superiores en ingeniería. Por lo mayor atienden los universidades de las fuerzas armadas aéreo y nave. Todos fueron nacidos alrededor del año mil novecientos treinta.
En su discurso todos, todos, hablan de una o más experiencias sublimes, trascendentales. Hablaban de lo delicada, pequeña y hermosa que parecía la tierra. Hablaban de lo fútil parecieron nuestras diferencias y conflictos como una raza unida bajo esta capa lisa de atmósfera, sobre esta bolita azul y bella.
Dejé la exposición del transbordador espacial (STS) para el próximo día. No lo dejé tanto por razón de las memorias traumáticas de las pérdidas de Columbia y Challenger. Recuerdo dónde estaba cuando el Challenger explotó. Lo muestran en televisión de nuevo y de nuevo.
Lo dejé porque, si me hubiera convertido en astronauta, sería el programa en el que hubiera podido participar. Los pilotos fueron militares, pero también llevaran especialistas ingenieros y científicos. Algunos fueron nacidos alrededor del año en que yo nací. Lo más probable, pudiera participar como tripulación en La Estación Espacial Internacional. Eso hubiera sido fabuloso.
Lo dejé. Visité la exposición de la exploración del planeta Marte. Tienen dos simuladores allí. Uno es de aterrizar en Marte. El otro de acoplamiento a la estación espacial. Después de uno o dos intentos, pude clavar ambos.
Entretuve una fantasía de ofrecerme irme a Marte sin la vuelta. Sería más fácil poner a la primera persona en la superficie de otro planeta si no fuera necesario que regresara.
Afuera de nuevo, visité el jardín de cohetes. El jardín tiene muestras de los cohetes de los primeros lanzamientos estadounidenses con seres humanos. El astronauta John Glenn fue el primer (el segundo tras de Yuri Gagarin, el tercer tras Alan Shepard quien fue lanzado por un trayecto suborbital). Glenn circuló la tierra tres veces, lanzado por un misil balístico intercontinental Titan II.
El segundo día sí, visité la exposición del transbordador. Tienen el transbordador Atlantis, que voló realmente en el espacio, montado en un pedestal con las puertas abiertas y el brazo manipulador desplegado, suspendido del techo. Tienen un ejemplo de la cabina de pilotos y control, con todos los interruptores y etiquetas, lo cual examiné en detalle.
Fuera de la experiencia de lanzamiento hay una rampa espiral con una placa para cada misión del STS. Estudié a cada uno. Me dejaran con una mayor apreciación del éxito del programa. A lo bajo de la rampa, hay simuladores para aterrizar el transbordador. Lo hice tres veces. Clavé el tercer aterrizaje con una puntuación perfecta. Un muchacho me aplaudió.
Al final visité el único edificio que no había visitado– el de héroes y leyendas. Subí una rampa larga y me uní con unas personas esperando fuera de una puerta. Agradecí que no hubiera que esperar con la multitud para la que la rampa tenía capacidad.
Nos dejan entrar una sala con un relicario en el centro con modelos a escala de los cohetes fuera, organizados por un círculo. Sobre pantallas arriba de las puertas para un teatro, reprodujeron video de individuos diciendo lo que significa un héroe para ellos.
Mencionan figuras de fantasía de los películas de acción y aventura. Mencionan guerreros. Mencionan astronautas, por supuesto. Héroes son hombres, aparentemente, con excepción que madres pueden ser héroes y la Madre Teresa. Nadie mencionó a un artista, ni un escritor, ni un cantante, un filósofo, ni un líder político.
Cuando las puertas abrieron para entrar al auditorio, lo dejé. Para salir, necesitaba pasar por una galería de kioscos que presentan atributos de un héroe– dedicación, perseverancia, integridad y valentía entre otros. No había mención ninguna de la creatividad ni incluso la innovación, la imaginación o el enfoque. Parecía que, por lo mayor, un héroe es obediente. Hacen lo peligroso. Prevalecen o mueren.
Allí, casi fugándose del lugar, me di cuenta de nuevo porque había colgado la idea de ser astronauta. La ética de los astronautas no me incluye. De verdad me excluía. Aparte de la formación, es claro por qué tantos astronautas son elegidos del militar. Conforman. Obedecen. Impresionan a otros como personas confiables.
El encuentro me curó de arrepentirme de no haberme quedado con esa aspiración viejo. No hubiera forma de meterme con calzador en esa forma de ser y de comportarse. Yo no habría sido capaz de hacerlo. Sí, me hubiera gustado ser astronauta y hubiera sido bueno. Nunca hubiera encajado en el molde, por mucho que el molde aflojara, de soldado obediente y dedicado.