Según el artículo de wikipedia sobre La Bahía Portobelo, es el puerto donde los conquistadores españoles envían las riquezas de la plata y el oro, sacadas cruelmente desde Perú, en su último tramo hacia España.
Con tanta plata fluyendo por sus venas, la bahía fue saqueada dos veces por bucaneros y corsarios– la segunda vez por Henry Morgan –y eventualmente por los británicos. Los británicos lo intentaron dos veces. Lo logró el almirante Edward Vernon con un segundo asalto en 1739. Así los españoles empezaron a enviar su pillaje por rutas más diversas.
Hay fortificaciones coloniales a ambos lados de la bahía. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) los ha declarado sitios de Patrimonio de la Humanidad. Para mi solo son preciosos y un poco tristes. Lo encuentro un poco morboso– tanta codicia, tantas luchas, el delirio de la avaricia, un desvarío colectivo.
Me levanto de la mañana a ver que tengo un compañero nuevo. El buque de turismo ecológico National Geographic Quest ha llegado y fondeado no se cuando. Se especializan en ofrecer a estadounidenses adinerados la oportunidad de sentir en sus corazones y mentes la grandeza de la naturaleza y la diversidad del ser humano, sin sufrir la más mínima incomodidad. Es una experiencia lujosa que cuesta como mínimo siete mil dólares por persona por semana.
Me siento mal por ellos. Esta mañana, que es el tiempo que tienen para explorar este sitio de patrimonio y tomarles fotos buenísimas, viene con lluvia intensa y algo fría. Imagino que no quieren hacer más que yo, secuestrado en mi cabina seca y cálida, disfrutando un café con el silencio del sonido de fondo de la lluvia.
Antes del mediodía el viento se había intensificado. Soplaba directamente por la desembocadura de la bahía y por su cuello. Creaba un mar rugoso en el fondeadero. El pronóstico preveía lo mismo por días, cada día con viento más fuerte. Decidí espabilarme. Muy cerca, al otro lado de la península que forma la orilla norte de la bahía, hay un fondeadero muy bien protegido.
El motor no tenía fuerza suficiente para avanzar contra el viento y las olas. Subo la vela mayor con dos rizos– media vela. Empiezo a moverme. Daré al buque de expediciones una muestra divertida de navegación a vela.
Paso por su proa por la virada primera. Después de virar por la segunda, estoy suficientemente estabilizado para poder subir la trinquetilla. Con esa vela, el velero empieza a moverse con mayor seguridad, con velocidad.
Bordejeo lado a lado por la bahía, luchando, arañando, contra las olas espumosas y el viento que supera los quince nudos, hacia la desembocadura y la libertad. El “Quest” también decide salir. Tienen su calendario. Toca la corneta avisando su salida. Me pasan cuando estoy por la banda de babor. Saco una foto y me doy cuenta que estoy alcanzando las rocas. Necesito virar.
Para poner a prueba mis habilidades, con esta virada, Brisa no puede pasar por el viento y contra las olas. No tiene suficiente inercia. Justo cuando está enfrentando el viento, una ola choca por la proa para impulsarla hacia la banda desde donde había venido, hacia las rocas. Necesito irme por el otro lado, trasluchar.
En estas condiciones no me gusta trasluchar, pero es la mejor opción. Cuando traslucho así, girando casi doscientos setenta grados, debo filar y casar la vela mayor dos veces. Además, necesito manejar la trinquetilla y a veces también el foque. Es mucho hacer si quiero hacerlo rápidamente. Si dejo la vela mayor casada, el velero escora mucho cuando las olas y el viento están a través. Una vez puse la borda en el agua. Note to self: La maniobara de trasluchar. Necesito practicarlo más.
Esta vez sale todo bien. Estabilizado por la banda de estribor, con las rocas atrás, noto que estoy temblando. No es por falta de habilidades. Es por falta de confianza. Necesito calmarme. Busco la confianza y la encuentro de nuevo.
Navego el pasillo estrecho entre la isleta Drake y el arrecife Salmedina. La isleta es llamada por el corsario y explorador Francis Drake. Está escrito que el caballero muere acá, y está enterrado en el fondo del mar. El día de hoy, aparentemente, no es mi día para morir.
Ahora con el viento de popa necesito trasluchar de vez en cuando zigzagueando por el curso. Una vez intenté irme abajo, dejando a Otto, el piloto automático encargado del timón. Una de las olas siguiendo de popa, ahora a veces superando los dos metros, lo sobrecarga. El velero traslucha de repente, inesperadamente. Pah. Seguí navegando de mano, bien atento.
Ahora estoy fondeado en la Bahía linda de Linton. Bajé el ancla por lo mayor a vela, sin contratiempos grandes. No fue nada que no he hecho con los microtonales en el Club Nautilus. Pan comido.
Hay mucha calma acá. Hay una media centena de otros veleros también fondeados y en las marinas cercanas. Me quedo acá. He tenido suficientes aventuras por el momento. Arreglaré el problema con el gasoil. Estoy a solo un día de navegación, con vientos favorables, de vuelta a la marina Shelter Bay. Allí dejaré a Brisa en manos confiables y volveré a Uruguay en avión, a Montevideo.