A mediados de junio todavía estoy en La Paz. Al fin, listo. Me siento un poco asustado. Espero que el miedo solo me vuelva más atento, y que la belleza de la naturaleza lo supere y me lleve hacia un placer tranquilo.
A las cinco de la mañana el viento sopla con fuerza cuatro. El pronóstico dice que va a disminuir. Saco las velas y preparo los cabos y las drizas. A las ocho el viento ha dejado silbar en los obenques. Hora de zarpar.
Una hora más tarde estoy libre del puerto y del canal de La Paz, en la bahía. Subo una vela de proa para ir sotavento, a popa. Pongo el piloto automático. ¿Cómo lo voy a llamar? Otto, como en la película “Y, ¿dónde está el piloto?” (título original, “Airplane!”), de 1980. Disfruto las sensaciones de movimiento, el aire, la luz y el mar abierto mientras que Otto manda el timón.
Hay cinco cruceros en la bahía esperando el fin de la “pandemia mania” para volver a trabajar. Me pregunto cuánto cuesta a un buque así quedarse sin ingresar, con la mínima tripulación. Seguro que para Brisa salía una fortuna. La OMS no piensa en los impactos humanos de sus políticas, solo en la cuenta de los cuerpos. Imponen una ley marcial y toda la gente lo acepta por miedo. Me encanta que el Partido Nacional de Uruguay no cediera a la Grupo Asesor Cientifico Honoraria (GACH). Los científicos no tienen una mirada de conjunto. La pandemia es un desastre natural, sin duda. Claro que hay gente que necesita ser cuidada y aislada, pero la ley marcial y las políticas de la OMS lo plantean como un desastre económico por encima de todo. No tenemos el valor enfrentar los efectos del virus. En cambio, renunciamos a nuestro derecho de vivir libres.
No quiere decir que la OMS no haya útil en nungún aspecto. Claro que sí. Gracias a su activid entendimos bien en qué consistía la amenaza, pero cuando la dejemos imponer políticas, pierden su función informativa y se convierte en una organización política.
Me detengo en Caleta Lobos donde pasé el fin del año pasado. Fue aquí donde escribí la historia sobre los pelícanos. Pero nunca volvemos al mismo lugar. Nuestras sensaciones, las circunstancias de la vida, la experiencia y los cambios externos al ambiente, o cualquier otro cambio – todo esto genera una experiencia nueva ni mejor ni peor, simplemente distinto. Ahora, en esta nueva visita, venía de viajar a Uruguay y de soportar el amantillo naval y las reparaciones del casco. Estoy al comienzo de otro capítulo, de la navegación de largo plazo. Además, no hay pelícanos.
En la tarde había un arco iris que tomé como una señal de buena fortuna.
Navegué hasta el otro día con viento suave a popa. Fue la primera vez que salí del continente hacía una isla, dejando bien un lugar fuera la vista a popa. Luego llegué a Caleta Partida, una gran caleta con un playa que conecta Isla Espíritu Santo con la isleta Partida al norte. En esta bahía tuve la primera dificultad con el fondeo.
Con el viento suave a popa, pude navegar a burro, con la vela de proa desplegada al lado de babor y la vela de estay desplegada al lado de estribor. Esto es una acta de balance que Esta es una maniobra de balance que requiere un control con la marcación más o menos directamente sotavento y un viento bien constante. Si hay ráfagas, se quiebra el equilibrio y una o la otra de las velas se orza.
Me quedé dos noches en Caleta Partida. A la mañana siguiente hice la primera navegación en el mar abierto. Entre Partida y la entrada del Canal de San Francisco está la desembocadura de la Bahía de La Paz con casi 20 millas náuticas (aproximadamente 37 kilómetros) de ancho. Se puede ver la Isla de San Francisco delante, antes de perder la vista de Partida hacia atrás, pero sólo se ve muy lejana.
El viento fue bien fuerte, más de lo que había experimentado antes. Navegué soloamente con la vela de estay, corriendo viento a popa con velocidad seis nudos y medio. Las olas se quiebran con corderos alrededor, con una altura similar al lado del velero. Las veo altas aproximándose por la popa. Cuando pasan, levantan la popa adelante y desaparecen debajo. El velero se mueve de arriba abajo como un pato sobre un lago ventoso. Oigo el viento en los obenques. Oigo las burbujas de espuma que quiebran al lado del velero, siseando como olas en retiro sobre alguna playa.
Al fin fondeo en el lado norte de Punta San Evaristo, en el Canal de San Francisco. Había navegado 30 millas náuticas, lo máximo que he navegado en solo un día. No es muy tarde, son las dos y media de la tarde, pero ya llevo navegado siete horas con un poco de estrés. Lo siento bastante.
No hay nadie alrededor. Solo pelícanos en la playa. Que alegría volver a ver los pelícanos. En Caleta Partida había pangas llevando turistas desde La Paz a la Isla. Con velocidad de panga es un viaje de menos de una hora. Ahora tengo 20 kilómetros más del mar abierto plus la mitad del Canal de San Francisco entre Brisa y La Paz. No puedo ver los cerros detrás de la ciudad ni ninguna parte de la costa, ni la Isla, ni nada de eso. La Paz está verdaderamente alguna parte del pasado.
Ciao, La Paz